Ese aroma lo recuerdo
Porque entre palabra y palabra
Se forma un puente
Que me devuelve a ti.
Me toma por los hombros
No me fuerza a mirarlo
Me entiende; lo entiende.
Es hermoso
Vivirlo es hermoso
Porque no me apena llorar
Porque me siento en sintonía
Y lo que existe entre el tiempo y yo
Es explícito.
Si me abrazo a la melodía
Siento que vuelvo a ti
Siento que siempre te tendré
Y que ya no me importa vivir
Porque eterno seré.
Como el croar de los sapos
Arropados por las noches del poblado
Visitemos una vez más
El puerto
Azul, celeste
Miremos a nuestros hijos crecer
Y explícame
Por qué el óleo con el que te pinté
Jamás secó.
Explícame
En qué momento del curso
Los grandes maestros levantaron cabeza
Para aprender del croar de los sapos.
Llámame a través de otros
Que me lleven por los pies
Que tiren las joyas y me bañen en perfume
Para empujarme al lodo
Donde espero ensuciarme entre risas
Ya que vivir no importa
Porque contigo
Eterno seré.


3/12/16




Y cuando quiero ver, tengo ahí, la oportunidad de patear todas las puertas que siempre quise abrir, la chance de tironear mi futuro de los pelos y moldearlo a mi conveniencia. Cuando quiero ver, me doy cuenta que todo lo que me rodea es donde siempre imaginé estar. Pero no está para mi, existe la chance virtual de que sea mío, lo mínimo que puede pasar es tener una prueba gratis de todo eso, no es que vaya a quedarme con las manos vacías tampoco.

¿Qué es lo malo de todo esto? Mejor dicho ¿Qué es lo que me lleva a mi a plantearme esto?
Que todo gran salto implica el miedo a la caída, que en todo giro de 180° nace el miedo de no saber donde está tu espalda; que en todo golpe, existe la chance de que te duelan los nudillos.
Más específicamente tengo la oportunidad de cambiar toda mi vida -la cual hace rato me aviso que no llega a los 90'-, una nueva esperanza, un resurgir.

Pero el miedo en particular es perder ciertas cosas que amo de la actual vida, estas cosas de las que no puedo, no quiero y no es posible despegarme.
Porque todo fracaso es descartable, pero las buenas cosas suelen ser ánclas, que cuando vas volando mal son lo que te baja a tierra; pero luego es complicado que logres despegar los pies de la misma.

Admiro a la gente que está libre de anclas, su vida es tan sencilla, tan simple, tan, tan, tan -no me da la capacidad expresiva y me enoja estar tan lejos de ellos como para siquiera poder imaginarmelo-.

Cada ancla te rescata de un vuelo fallido, de un despegue inconcluso, pero te acerca más a la tierra. A la tierra de los miserables.
Miserable es todo aquel que vive para morir, toda persona que tenga miedo a volver a volar. Todo ser humano que decidió echarse a morir descansando su hambre natural de gloria en el destino y las casualidades -quien no llega a nada es porque no intenta nada-.
No tengo miedo a tomar vuelo, de volver a desplegar mis alas emparchadas y soportar el ardor de cada aleteo -que arde mås que nada en el alma, no porque sigan lastimadas- porque a cada movimiento estoy más lejos de casa.

Supongo que cada ancla pesa según la altura a la que estabas cuando comenzó a fallarte el motor.
Aunque estemos hablando de sentimientos es más una cuestión física: a mayor altura más fuerza vas a necesitar para tocar el piso, y tu pozo va a tener una profundidad acorde a la fuerza con la que tuvieron que bajarte (o sea que en mi caso no se trata solo de anclas, sino también de pozos e impactos).
¿Será que mis anclas pesan tanto que no puedo levantarlas y llevarlas conmigo o será que tengo miedo de que me cueste salir del cráter que pueda originar mi caída?


El calor abrasador del ambiente me despierta, y al abrir los ojos veo una habitación enrojecida por el estampado de las cortinas que cubren las ventanas de tu cuarto; el sol las golpea sin piedad y al pasar a regañadientes la luz, se tiñe del rojo de la tela. El gran ventilador, de mi altura, negro y silencioso, está apagado, sin explicación aparente; y siento la necesidad inmediata de caminar hasta él para encenderlo. Sin embargo, me encuentro con tu brazo reposando en mi cintura, y tu mano, tus nudillos, tu muñeca, se encuentran colgando sin preocupación alguna; me brinda tanta seguridad estar bajo tu piel, y siento que estoy en el mejor lugar en el que podría estar; no quiero moverme, no quiero que el mundo siga girando.
Puedo sentir tu respiración en mi nuca, y sonrío, estamos en el mismísimo infierno, sofocados por el calor, y ni eso nos detiene a estar más juntos de lo humanamente posible, a reducir al mínimo la distancia entre nuestros corazones.
Intento soñar con algo, fantasear durante unos minutos, intento decorar el ahora con un poquito de mañana utópico. Me esfuerzo, no comprendo, insisto, mi cuerpo se resiste. Mis neuronas están demasiado ocupadas disfrutando la belleza de tu presencia, como para clavarle un puñal asesino al momento mágico que ocurre en este lugar del espacio-tiempo. Te quiero.
Quito tu mano y me pongo de pié, abro las ventanas y enciendo el ventilador. Tus ojos se abren apenas, y confundido sonríes. Un abrazo, eterno y efímero. Nuestros poros se unen y tu cuerpo y mi cuerpo sintonizan la misma frecuencia. Hacemos del cuarto nuestro mundo, y desplegamos ahí la libertad de nuestras bocas. Dejamos que nuestros seres corran libres por el espacio, que me cuentes de tus miedos, que sepas sobre mis fracasos. Que tus sueños y mis sueños charlen mano a mano, y descubras quizás, que sos mi más grande anhelo.

Y me rascás el cerebro, escarbás, ves donde nadie ve e interrogás donde nadie cuestiona nada. Transformás con elegancia la tierra, firme, en una cama de agua, inestable y movediza. Y las partículas de mi mundo comienzan a moverse más libremente, y yo soy más yo, y vos sos más vos. Y cuando nuestros ojos se miran tan intensamente que se rompe el mundo y se crea un puente entre nuestras consciencias, ahí mismo, sucede a veces, que nuestro suelo se rompe más, y ya no hay cama de agua, y ya no hay tierra; hay aire, mucho aire, y flotamos con parsimonia, y ahí si, en ese momento, nuestras partículas – vos y yo – somos al fin, libres.  
Ponele, que cuando nacés estás varado en el medio del mar. Arriba de un barquito con dos remos, un gorro y una botellita de agua.

No sabés donde estas, ni a dónde vas, pero te mueve el deseo innato de llegar a tierra firme. Desconocés donde quedan las orillas, pero sabés que la única forma de llegar es remando en determinada dirección*, no sabés cuál es la correcta, pero se cae de evidente que hay que jugársela por un de ellas, sin amagar, sin vacilar. Las dudas solo retrasan tu viaje, que de todas formas -avances en el mapa o no- sigue siendo parte de éste.
Quizás, no siempre se dé de esa forma, muchas veces la corriente cambia y cuesta darse cuenta, se te cansan los brazos y para cuando ya es obvio, normal es que te quieras partir un remo en la cabeza. Pero no podes, ese remo es tu garantía, estás atado a él, por lo menos, hasta llegar a la costa. Te vas a encariñar con el remo, de tanta soledad quizás busques refugio y satisfacciones en objetos inertes, como el Naufrago, cuando da vida a Wilson ¿Se acuerdan de esa pelota de volley con una carita marrón caño que acompañaba a nuestro amigo antítesis de Gillette?

Tenés también, una botella de agua -esta es tu ventaja-, creo que representa los lujos o las facilidades que se presentan en tu vida.
Demás está decir que mientras más grande sea, más facilidades vas a  tener, pero más pesado será el viaje.
Ésta viene empaquetada por una fábrica, de la más alta calidad, con una reluciente etiqueta de marca registrada; el placer visual del capitalismo.
Hay agua en todos lados donde tus ojos lleguen a identificar, no tenés ni puta idea de si estás en un río, un lago, o un océano; no sabés si es potable, pero solo esa, esa, es la que estás seguro que podes tomar ¿Para qué vas a arriesgarte abusando? (Porque es natural que no pruebes tomar agua del entorno antes de haber abierto la botella, sino cuando ya no te queda nada de la misma; nadie te va a juzgar por eso, campeón/a).

El gorro, el gorro es la parte vital de todo esto. Con el cerebro enviás impulsos motores a los brazos para que remen. Pero también, te taladrás la cabeza con la mecha más gruesa que exista pensando en todo el camino que te falta o en lo cansadas que sentís tus extremidades. Pensás, el pensamiento es lo que te permite medir distancias y sufrirlas; pero las distancias marcan la importancia del camino y tu interés en completarlo. Me parece que lo más vital es cuidarte el bocho y para eso, es que vino nuestro precioso gorro. Puede ser de la manera que quieras; pescador, de esos de visera plana, capelina o inclusive un nikeFit rosado fluo con la pipa verde, el que quieras.
Pero sea del material que sea, el sol lo va a recalentar y te va a empezar a molestar, vas a quemarte el gorro y la única solución en esos casos -para mi-, es sacártelo un ratito, mojarlo y ponértelo otra vez. Parece fácil ¿No? Ahora pensá ¿Cuánto cuesta reposar un poco la cabeza sin pensar en absolutamente nada?
El silencio es una falacia, en cualquier religión, culto, país o medio. No existe, ni auditivo, ni mental.
Por un ratito podes hacer el esfuerzo y sacarte el gorro, exponerte y refrescarlo; pero cuando te lo pongas vas a sentir culpa de la insolación que podes llegar a agarrarte. Porque no conoces otra cosa, y por inercia, creo que todos tendemos a creer en lo malo. Por eso mismo, no te quemes el gorro, refrescate. No siempre es conveniente esperar a la noche, para que cuando ya no pegue el sol, éste se enfríe.

La noche es un alivio del sol, sol que estuvo todo el día alumbrándote, haciéndote saber que estás lejos de la orilla y quemándote la piel. Ayuda a ignorar y nos suelta al miedo de lo desconocido, pero muchísimas veces, lo desconocido presenta factores atractivos y es cuestión de suerte que éstos no terminen arruinándote; porque hasta en la noche más tranquila puede desatarse una tormenta. Y es verdad que 'un mar en calma nunca hizo un buen marinero' como leí por ahí alguna vez. Pero lo más hermoso de la tormenta es ese factor extraño, aleatorio, que permite acercarte a la costa o darte vuelta el barquito -que por cierto no está hecho para soportar una tormenta-.

Perdón, me estoy tomando el tiempo de ponerte a vos en una posición ¿Y yo?
Yo me tomé toda el agua para embriagarme de lujos y una vez que esta se me acabó, decidí llenar la botella con el agua que el entorno me ofrecía para descubrir que si podía tomarla; que la sed se mata con lo que sea, el tema es tener la suficiente como para imaginar que el contexto es tu botella y confiar, soltarte a confiar en lo que la vida te puso ahí, tan evidente, tan tangible. Pero bueno, antes de llegar a eso tuve que deshidratarme a lágrimas por miedo a no poder volver a tomar otra vez.
En cuanto a los remos, me pasa que una vez se me ocurrió que remaba tan bien, que terminé remando con una sola mano y aplaudiéndome con la otra. No hace falta que explicar que remar con una mano, es hacerlo en círculos, el ego es correr en círculos queriendo morder la zanahoria que yo mismo me puse en la frente.
¿El gorro? Todavía no se me había ocurrido ponerlo en agua, hasta que pasó otro naufrago por mi lado y me tiró ese pique -les recuerdo que no pude seguir su ritmo ni escuchar más consejos, estaba ocupado aplaudiéndome-.
¿Y la orilla? Me pasó que una vez que estuve allí, extrañé el mar. Ya estuve rodeado de arena y me dio miedo explorar la superficie que estaba más allá. Que se te quemen los pies es mucho más jodido que el gorro. Y no creí que haya sombra para resguardarme, ahora, como un idiota, les escribo desde el medio del mar, queriendo llegar al otro lado, que probablemente sea de donde vengo; porque no había pensado antes en la posibilidad de la sombra.
Pero calmado, al menos ya aprendí a nadar, no me mareo tanto con el movimiento de la corriente y tengo la esperanza de encontrar una sombra...



Entonces...

Tu mirada.
Tu mirada y la forma en la que solo ella me desenvolvía. Descubriendo mi cuerpo, desvistiendo mis demonios. Perdiéndome en tus pupilas saciadas de mi alma. Susurrando muy por lo bajo "No puedes contra mi". Cada acto de defensa era en vano si me topaba con tu mirada. Mis instintos no eran suficientes, mi sexto sentido parecía perder efecto y yo prefería no luchar contra eso. Me gustaba la manera en la que sin querer sucumbía ante la feroz dualidad de esa mirada, a veces fuerte, a veces débil. Pero siempre mía.
"Te conozco, te conozco bien".
Que me conocieras. Tanto como para entenderme sin necesidad de palabras. Como si realmente estuviéramos conectados alma a alma, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón.
Corazón.
Eso. La locura con la que mi corazón palpitaba cuando me fundía en tus brazos. o la lentitud mortífera en la que probaba un poco de cielo cada vez que te besaba. O aquella serena calma que me provocaba tan solo tenerte a mi lado.
La calma. Porque de los dos, sabes bien que yo,en verdad nunca tuve calma. Y vos, vos siempre me prestabas esa calma de miel, azúcar y hogar. De respiraciones profundas y abrazos eternos, aunque tuvieras que absorber mi locura instantánea. Calma del "Estoy con vos".
"Estoy con vos"
También eso. Saber que estabas. Abrir los ojos y verte, o no verte y aún así saber que ni el tiempo, ni la distancia, ni nuestros jodidos caprichos lograban romper nuestra cercanía. Poder contar con vos y vos conmigo. Saber que te tenía. Que nos teníamos.
Nos teníamos. Siempre.
Eso también! El ser un NOS. El preferir ser un "Nos". Ambos, los dos, juntos. El funcionar, el ser un equipo. Sabiendo que el uno podía perfectamente vivir sin el otro y aun así volver a elegirnos.
Elegirnos.
A pesar de todo y contra todo. Volver a hacerlo. Nuestra constante rebeldía de querernos una y otra vez. De rompernos, seguramente como nadie en la vida lo ha logrado. Destruirnos solo como nosotros lo sabemos hacer; y aun así volver a intentarlo por tener claro que solo nosotros tenemos la habilidad de convertir todo en fuego y disfrutarlo.
Todo tu fuego. Ese que quema arde y vuelve el mundo en caos. Pero que también es calor y vida nueva.
Cada uno de tus malditos caprichos y todas las contradicciones que ellos me generan. Porque sabemos ser desastre, desorden y descontento. Como también sabemos ser amor en cada uno de sus aspectos.
Y Principalmente...
Amor.
Y el hecho de que estoy perdidamente e irreparablemente enamorada de vos.
Entonces... aquí va todo eso que nunca te dije.




Si la vida fuera un viaje en ómnibus yo sería el nene que pregunta cuanto falta para llegar.

Me molesta que nadie mire al costado.
¿Qué le pasa a la gente que nos rodea?
¿Qué nos pasa a nosotros? ¿Es tan difícil salirse del papel?
Cortar los hilos de un títere solo requiere unas tijeras. No parece tan difícil. Pero creo que si tuviéramos una mínima noción del poco control que tenemos sobre las cosas enloqueceríamos.
El tiempo es inmedible, pero aún así lo fraccionamos en horas, días, años...
Y eso sigue sin hacer que podamos controlarlo como quisiéramos.
Es más, medimos todo.
Medimos en grados, metros, litros, cantidades y distancia. Medimos la inteligencia, el valor de nuestro trabajo, el tamaño del sol. Como si pudieramos más que soñar con él. 
 Pretendemos contar la  inmensidad desde abajo.
Alzamos nuestros ojos ignorantes hacia el cielo creyendo entender algo de lo que estamos viendo.
No se puede aceptar que no sabemos nada, porque incluso lo poco que sabemos lo sabemos porque otro lo supo antes.
Tener esa ansiedad que proporciona el creerse dueño de una verdad y darse cuenta que no podemos hacer nada.
Que jamás la vamos a  comprobar, que no podemos movernos del lugar en el que
estamos.
Eso nos hace adormilados, mecánicos, presos de un
sueño colectivo que llamamos realidad.

Él, no solo era mi peor enemigo, era algo mucho más desarrollado que eso, ya golpeaba la puerta de nuevos niveles; es más, de ser posible, desearía que mi féretro estuviera forrado por su piel. 
Piel que con orgullo y buena predisposición yo mismo apartaría de su carne incluso con los dientes con tal de permitirme esa fantasía.
Estábamos parados frente a frente, solo teníamos una bala cada uno y casi como en la escena más digna del buen Western, estábamos dispuestos a descargarla en el entrecejo del otro. 
Sin piedad, ni por reclamar el mérito de la habilidad, solo nos podía satisfacer la eliminación del otro; nos odiábamos tanto y nos teníamos tan presentes que hasta en lo bueno pensábamos siempre en el otro. Comparábamos nuestras metas y medíamos nuestro fracaso bajo el estandarte de esta dualidad.

▬ Tu actitud es recalcitrante, estás expectante a mi próxima tajante, se te nota en el semblante, ni esforzándote pudiste adelantarte. Yo creo que deberías replantearte – Su rima (aunque eso pretendía) no logró intimidarme, no movió ni el más ínfimo ni insignificante músculo de mi cara; tenía bien claro que cualquier perro puede ladrar, hasta el caniche más pequeño utiliza este recurso y hasta me atrevería a decir que ellos son quienes abusan del mismo, amenazan para cubrir su capacidad de reacción. Intentan vender miedo para no tener que crearlo, porque no son capaces

▬ ¿Te comiste un guiso de dtoke? ¿Por qué me recitas? - El desconcierto era tal que lo extraño de la situación hasta me causaba gracia. No comprendía muy bien

▬ Viví hermano, dejá de quejarte de todo y de buscar lo malo en los demás para poder jactarte de una actitud superior. Que no llevas a cabo, te imaginas un poncho más caro del que te podes comprar y jugás a ponértelo en tus sueños. - Acababa de partirme la jeta con una realidad, no estaba siendo yo, no estaba actuando en consecuencia a lo que era.
Había permitido que la sombra de mis fracasos me oscurezca y oculte de la óptica de todos, menos de la mía. En mi cabeza yo seguía ahogado en el mismo éxito que ahora dudo haber siquiera tenido.

Bajé los ojos del espejo y comencé a cepillarme los dientes. Estaba llegando tarde por discutir con mis inventos.




Abro los ojos, miro por la ventana, 'otra vez un día gris' pienso y automáticamente me imagino toda la ropa disponible en mi ropero, necesito algo que combine con el día y a su vez con mi ropa interior,. No importa que no se vea, hasta las medias deben estar en el mismo esquema de colores.

Luego de eso, me levanto, me acuesto y me vuelvo a levantar hasta que haya largado mi día desde la posición exacta; nada de lo que haga puede salir bien si no arranco con el pié derecho.
Camino hasta el baño, me miro al espejo y mojo un peine de plástico duro, finito, con los dientes rotos y embadurnados en grasa de mi propia fábrica corporal; para luego pasármelo en la cabeza.
No me malinterpreten, no es cuestión de higiene, es que de los otros treinta y siete peines que compré no hay ni uno que tenga el mismo resultado, es irreemplazable.

Me miro al espejo, inhalo y me ahorro todo lo que tenga para decirme, no me quiero escuchar, no me quiero hablar, no quiero ni siquiera comunicarme; tan solo inhalo mientras formo una especie de contenedor con mis palmas debajo de la canilla para poder llenarlas y así tirarme la primer bocanada de agua a la cara para lavarme.
Levanto la cabeza otra vez y con las manos húmedas refriego la yema de mis dedos sobre toda la extensión de la cara. Abro los ojos para comprobar resultados y noto que en la parte derecha de mi cara -entre la nariz y la mejilla- queda una manchita, repito el proceso; una vez más, no me convence; pruebo otra vez y al levantar la vista y apoyar mis córneas sobre el reflejo, noto que ese lamparon enorme sigue ahí, cada vez más grande.
Al repetir ya por octava vez el procedimiento decido ir a buscar mi teléfono y buscar alguna foto mía, a ver hace cuanto que no me lavo la cara; ya recordé, ahora sí estoy más claro, ese desperfecto estuvo siempre conmigo.
No entiendo por qué querría lavarlo ¿¡Con jabón!? ¿Cómo se me puede ocurrir semejante pelotudez? A veces me supero.

Desayuno, me visto, guardo mis cosas, me desvisto, busco ropa, me visto, chequeo novedades en mis redes sociales, me vuelvo a desvestir, tiro toda mi ropa sobre la cama y luego de ordenar todo por color, estilo y cantidad de uso estimado; me doy cuenta de que ya no tiene caso que me apure, estoy 40 minutos tarde y ni siquiera salí de mi casa. Me visto entre insultos al unísono y vuelvo a chequear que todas las cosas estén en la mochila...

Antes de salir paso por todas las habitaciones y saco fotos a todos los enchufes, llaves de gas y tomas de corriente que hayan. Nada de eso puede quedar funcionando.
A fuerza de crisis aprendí que la galería de mi teléfono me puede regalar paz en pleno viaje en ómnibus.
Hablando de buses, ya debe estar por pasar otra vez el 121, tengo que apurarme, chequeo la mochila una vez más y salgo.

Mientras voy caminando a la parada desfila por mi cabeza la duda de si habré desenchufado el cargador de la computadora que había quedado abajo del sillón. Pero no voy a sacar el teléfono mientras camino, eso no se puede hacer, está mal, pasan cosas malas, de seguro si lo hago fallece alguien en alguna parte del mundo -tipo Tanzania- por mi culpa.
¿Cómo puedo llegar a tomar con certeza pensamientos tan estúpidos? ¿Cómo puedo actuar en consecuencia a ellos? No importa, no nací para cuestionarme.

Saco el teléfono de mi bolsillo una vez que ya me estacioné en la parada y gracias a la luz y lo impoluto del vidrio puedo ver mi cara reflejada en la pantalla, el lamparon sigue allí y parece estar cómodo ya; pero vamos de a un asunto a la vez.
Presiono el botón de desbloqueo una vez y el teléfono no muestra nada, comienza a subirme el pulso y lo presiono otra vez sin pensarlo, pero nada puede ser par así que lo vuelvo a presionar... Nada pasa, está bien, puede ser que lo haya bloqueado y desbloqueado en ese impulso, lo toco una vez más; pero ahí ya son cuatro y habíamos quedado en que los números par son malos, el diablo, el glúten y Hitler fusionados; lo presiono una quinta vez con milésimas de segundo de diferencia con el anterior.
Apreto el aparato con todas mis fuerzas, levanto mi brazo y lo hago chuponear bruscamente con el asfalto, la pantalla ya no es admirable, ahora es como uno de esos dibujos de Paint hechos por niños, esos que son puras rayas y pintados de diferente color entre medio

¿Dónde está lo malo? No hay simetría entre las grietas de la pantalla, así que sin pensarlo vuelvo a dar mi teléfono de jeta al piso a ver si se arregla. Ahora sí, ahora ya no puede estar peor que antes pienso, pero al levantarlo automáticamente le doy un golpe seco contra el piso otra vez ¿Ya se habían olvidado de los números pares?
Yo no, nunca me olvido, sueño con los múltiplos de 2 y no precisamente cosas lindas, están desnudos, de máscara y rodeándome mientras un gordo con olor a cebolla de Mcdonalds me sigue con una cámara.

¿No se habrá quedado sin batería? ¡Qué idiota! De seguro ayer, antes de buscarme la ropa, aprontar la mochila y dormir me olvidé de enchufarlo.
Bueno, pero ahora ya ese no es mi problema, necesito una canilla, agua, sigo estando sucio y mi cara no acepta eso; comienzo a percibir como la mugre se va metiendo entre mis poros y fusionándose con mi piel.

Corro hasta la esquina donde hay un bar y le pido por favor que me dé unos chicles y me deje pasar al baño, todo en un solo movimiento, no iba a esperar a que me autorice, no quería ni que me viera a la cara.

Abro la puerta, me miro de frente a un espejo bastante chico y despintado y empiezo a lijarme la cara con las yemas. Me paso agua, me refriego, me vuelvo a pasar agua y así una cantidad incontable de veces (que espero no sea par). Hasta que en un punto comienza a irritarse y con eso vino el ardor, pero nada que no pueda ignorar. Todo lo que sea necesario para sacarme esa deshonra de la cara.
Me enojo conmigo por permitir que me pasen estas cosas y con eso vienen las lágrimas, lágrimas que como arietes de asedio comienzan a romperme la estructura y caigo. Quedo sin fuerzas en el suelo mientras mis lágrimas corren más rápido que el agua de la canilla. Si tuviera fuerzas cerraría esa puta canilla, la cerraría y la volvería a abrir solo para demostrarle que la puedo volver a cerrar, y lo haría una vez más para que no sea par.
Me intento aferrar de la bacha con mi mano derecha para recuperar el equilibrio pero ésta se me resbala inexplicablemente y caigo por segunda vez.
Al mirarme enojado la mano veo algo que no me esperaba ¡Sangre! ¿Es de mi cara? ¿Me habré gastado la piel? De seguro que ahora sí ya no tengo más esa mancha. Los latidos se me aceleran exponencialmente y comienzo a sentir la sangre corriéndome por las venas siento el interior de cada una de ellas, siento como se desplaza el líquido por esas pequeñas tuberías y me arde, me desespera. La taquicardia es real, con eso también siendo como las pupilas se me expanden súbitamente y al hacerlo ejercen presión sobre el iris; comienzo a perder el pulso y la sudoración aumenta, una brisa fría corre por mi espalda y escala simpaticamente hasta mis hombros, como si fuerza danzando.

De fondo se escucha la puerta y con eso, gritos muchos gritos de ayuda, pero yo ya no estoy prestando atención. Me acabo de acordar que la computadora ya no estaba abajo del sillón, la moví antes de salir para buscar los horarios del bus.
Los gritos seguían y ahora veía más sombras de personas, pero nada de eso me preocupa; yo solo quiero levantarme una vez más así son tres en total las caídas...



Quiero arrancar esto pidiéndote perdón, y no necesariamente porque estemos mal en algún aspecto. Pero quiero que me perdones por todas las veces que transformé en diabético algo que originalmente solo era dulce. Quiero que me perdones por anteponer muchas veces mi deseo egoista de estar seguro de las cosas, de querer que todo esté sobreexplicado cuando a veces solo se trata de confiar y listo -y te juro que confío mucho más en vos que en mi mismo-.
Quiero que me perdones por avanzar de a saltos -o corriendo- en lugar de caminar a tu ritmo y disfrutar del camino, soy impaciente y eso me juega en contra, pero no quiere decir que te presione ni que intente ejercer control; ya sé a dónde vamos, pero a veces me pongo cual niño impaciente en un viaje largo de ruta y solo me puedo preguntar a mí mismo ¿Cuánto falta? Quizás también lo haga para regalarte la seguridad de que podes quererme, porque también quiero eso, que estés segura de todo lo que pase y vaya a pasar.
Quiero que me perdones también por tener ese miedo constante a perderte, siempre me costó mucho soltarme a querer a las personas y más cuando acarreo con un historial pesado de fracasos que me hacen temer por esto, porque sos la persona que más despertó cosas en mí, en toda mi vida; y me voy a abrazar a la posibilidad de ser todo hasta que mis brazos no soporten más la fuerza y se debiliten.
Quiero, también, que me perdones por a veces no llegar a comprender tus necesidades o tus 'quiero', pero en mi defensa puedo jurarte que hago todo lo posible por abrir la cabeza y supongo que vos también me estás ayudando a crecer en ese aspecto.
Te pediría mil perdones más pero tampoco voy a ser reiterativo; quiero que mis actos definan mis palabras y no al revés.

Muchas cosas no quiero decirlas en una plataforma pública y prefiero que solo vos las sepas, pero te juro que todo, todo contigo es lindo; esto es solo un descargo, como un diario íntimo, una forma de decir muchas cosas que no encontré el momento nunca de decir


¿Te acordas cuando te dí la bienvenida a mi vida? Hoy te doy la llave para que entres y salgas cuando quieras -aunque eso me suene a plagio de una canción terraja-

Los excesos y los extremos siempre son malos, eso nos dicen desde chicos ¿no?, pero nunca llegaste a creer que un exceso de futuro fuese tan nocivo.

Estar presente en el presente suele ser bastante complicado para una gran mayoría. Hay quienes -cobardemente- deciden optar por el escape mediante demasías, cualquier cosa que te transporte a un ideal y te aleje de tu respectivo ahora.
Cuando tu escape es el mañana es ahí donde queres estar, sos quien queres ser y pasas demasiado tiempo concentrándote en perfeccionar ese futuro que tanto te llena.

El problema de preocuparse tanto por lo que viene, es querer una certeza imposible, y pretender esa certidumbre implica que comiences  a querer controlar las acciones ajenas para que tus proyecciones se cumplan exactamente como las ideaste. Y es en ese mismo momento en el que se derrumba todo.

Construiste un futuro sobre las ruinas del presente y te adelantaste tanto que no podes volver para arreglarlo.

Lo veo a lo lejos, estiro mi brazo, lo paro y soy el único de la parada en subirme. Me choca bastante que algo que acostumbraba a ver de azul, ahora sea rojo. Pero no doy bola, paso mi tarjeta sobre la máquina hasta que haga bip, para que acto seguido escupa mi boleto y pueda seguir avanzando a buscar un asiento.
Al ser un bondi que poca gente se toma, la oferta es demasiada; pero ningún asiento es cómodo. Porque en realidad ningún trono es cómodo si tenes que aplastar el culo durante una hora y algo en la misma posición.
Me siento en uno cualquiera, no muy adelante para no tener que cederle el asiento a ninguna vieja o embarazada (que son el bicho más molesto del stm) y no muy atrás porque en realidad me gusta bajar por la puerta de adelante solo para llevarle la contra al mundo.
Saco mis auriculares y los pongo en posición, respetando el left y el right; para luego tantearme el teléfono que estaba en el bolsillo derecho del pantalón; lo saco y me encuentro con la peor noticia del día, había gastado la poca batería que tenía en apagar todos los televisores que existían en el shopping. No me pregunten por qué lo hice, pero lo disfruté

Me ha pasado muchas veces, eso de hacer algo por primera vez sin saber porqué, pero luego tener motivos para repetirlo. Es como el modus operandi de la curiosidad y supongo que por eso mató al gato. 

La cosa es que no tenía batería, no me quedó otra que posar la cabeza de refilón sobre el vidrio, haciéndole pucherito a la vida y tratar de divertirme con lo poco de Montevideo que se podía vislumbrar entre la mugre de las ventanas. Fue ese el momento donde descubrí la magia del silencio y pude reencontrarme conmigo.
Con la cabeza maquineando al ritmo de la vibración de las ventanas, levanto la mirada y veo en una misma esquina tres marcas tratándome de vender el mismo tipo de chocolate, a la vez.
Y no puedo entender como es que habiendo tantos productos y tantas cosas por inventar, la gente se esfuerza en competir solo por el placer de ser el mejor. 
Milka, Cadbury y Cofler, déjenme decirles algo: el chocolate aireado es la mejor manera de vender aire que existe. Pero ustedes hacen chocolate
¿Qué tan satisfactorio puede ser masturbar al ego? ¿Por qué todos corremos tras el mismo título en diferente podio? 
El bondi sigue su curso y en esa vuelta rara que da para agarrar Garibaldi, veo una pareja riéndose entre medio de todas esas calles que parece como si se chocaran entre ellas aplastándose y mezclándose, entonces pienso: "Montevideo es una ciudad muy fría para pasarla solo". Lo que automáticamente me lleva a pensar en ella, y con su pensamiento, al toque esbozo una sonrisa, me da un cosquilleo leve en la panza y bajo la mirada para que nadie me vea y crea que estoy loco por todos los movimientos faciales que acabo de hacer. Me gusta, es mi canción favorita y quiero bailarla todo el día; pero a veces, verla un rato me hace extrañarla más incluso de lo que la extrañaba antes de verla. Me desayuné de que estoy hasta las tetas y eso me asustó un poco; porque si algo me sale mal es incluso peor que subirse a un bondi lleno de viejas embarazadas que te roban el asiento y las ganas de sentarte.

No dije nada relevante en esta entrada, solo relaté mi viaje y espero hayas viajado conmigo.

Todos tenemos una Ana en nuestras vidas,
pequeña,
grande, incondicional
omisa.
Ana es tu otra parte viva,
el complemento
que permite
tu funcionamiento

por defecto.
Aunque tu Ana no esté presente de cuerpo y alma,
aunque tu Ana no tenga conexiones afectivas visbles,
aunque ni Ana ni vos sepan,
 ella es tú Ana;
 todos tenemos una.
Su alteración
puede causar el desmoronamiento más grande de tu vida,
y de ahí
vas a tener que salir
   ¿cómo?
                                                                                             Eso ya es tu problema.

¿Qué pasaría si les digo que Dios -como la iglesia católica lo reconoce- fue youtuber? Yahveh42 era su canal. Usaba dubstep royalty free y hacía gameplays del maincra.
Si les digo que Osiris además de ser una marca de botitas de gusto dudoso, era también tuistar -pero de esos que roban tuits, tipo @cositodelapizza, que como tienen un montón de seguidores más que vos no podes decirle nada sin morir en el anonimato-.
¿Y si les digo que Venus no solo era una diosa del Olimpo? Era de esas fitspo de Instagram -las que suben fotos de comida sana y abdominales recubiertos de una piel hermosa sin filtros del Vsco- de belleza envidiable y una patada de seguidores. Cuentan las malas lenguas que para las fiestas tenían contrato por publicidad con Faisán, que para ese entonces ya estaba haciendo vinos y las primeras movidas publicitarias fueron con ella.
Thor además de ser una cara visible de Marvel, era viner, pobre luego tuvo que reinventarse y ahora lo ves #TirandoLaPostaEnQuinceSegundos.
Rá era de esos que comparten imágenes morbosas en Facebook de niños con protuberancias dignas de Discovery Channel, de esos que piden un amen para este luchador y te muestran a un muñón obrero o te regalan las vírgenes de la suerte, cuya promoción solo se activa luego de que la compartas en tu muro; inventaba sorteos y cadenas al estilo hola mi nombre es Teresa Fidalgo y hoy estoy cumpliendo años. El favorito de mis familiares más viejos que recién son bebés de pecho en internet.

Claramente todo esto no es real pero ¿Qué pasaría si te digo que esto -en mayor o menor medida- está pasando?


¿Qué tan lejos están Germán Garmendia o ElRubiu5 de ser deidades? No tanto como crees.
Razonen lo siguiente conmigo:

Personas normales que por alguna razón inexplicable alcanzan el status, la fama y el poder. Son personas que prendieron su cámara por ocio y actualmente lo hacen para comer.
Nosotros -no me incluyo- vamos fielmente como a misa los domingos cada vez que alguien de ésta calaña -no necesariamente ellos- sube un video. Dejamos nuestro like que es un como nuestro diezmo y disfrutamos su lo que ellos nos dan; ni siquiera vemos el video antes de hacerlo, ya sabemos que va a estar bueno; solo nos llega la notificación, abrimos de un impulso y a ciegas dejamos nuestro like antes de dar play.
Y una vez termina su contenido, nos vamos a profetizar su palabra a otras redes sociales, a otros ámbitos sociales. Pretendemos que los demás compartan y entiendan con el mismo fervor lo genial que es su imagen. 
Tratamos de cruzar fronteras y a los seguidores de nuestro antagonista le hacemos entender que nuestra palabra es mejor, que lo suyo es una vil imitación de quien verdaderamente tiene #LaPosta; cual inquisidores nos movemos en bloque para hacer pesar más nuestro punto.
Somos un fandom, somos un ejército dispuesto a destripar la moral ajena, solo para demostrar gratitud a quien tan felices nos hace desde el otro lado del monitor, solo porque nos regala el lujo de no pensar y somos adictos a ello. 

¿No les parece haber visto esta historia antes? Con cualquier creador de contenido pasa algo similar, desde música hasta bajarle los pantalones a la gente en la calle produce reacciones en la gente. Y éstas son bien diversas; desde amar y no entender como puede existir una persona tan increíble, hasta indignarte con su éxito injustificado.

¿Por qué pasa esto? Déjenme explicarles una teoría que tengo sobre la mente genérica 'fan': 

Primero: vamos a ver lo más evidente, el promedio de edad de las personas que entran en ésta categoría va de los 12 a los 17 -en casos más extremos llega hasta los 19/20-
¿Qué nos dice este dato? Que es algo que pasa frecuentemente en la adolescencia, una etapa de cambios, de crecimiento; donde buscamos mentores y referentes, donde nos proyectamos hacia quien queremos ser.
No vamos a olvidarnos del factor hormonal, que también juega un papel muy grande en todo esto, pero eso lo voy a explicar en 5 minutos.
Con 'buscar mentores' me refiero a que todos en la adolescencia mal o bien nos apoyamos en la imagen de alguien más para crear la nuestra; crecemos acorde a lo que nos gusta y bueno, de ahí vamos madurando o no (eso son elecciones personales). Necesitamos sentirnos identificados con algo.

Segundo: algo no tan evidente, que también está incluido dentro de las cosas que acarrea la adolescencia y que ya nos marca en qué sector del salón de clase pasa, es lo siguiente:
Necesitamos sentirnos incluidos, necesitamos esa sensación de pertenencia, queremos ser parte.
El 40% de los 'fan' se ubica dentro de ésta categoría. Son los raros, que se sienten en la línea Divergente®, los diferentes, los de pocos amigos en el mundo real. 
Un ídolo es un tema en común para hablar con alguien, es la chance de hacerte un amigo y un amigo reduce la posibilidad de sentirte solo.
Un fandom, no solo es un grupo de Facebook, es una casa y que te abran las puertas es hermoso. 

Tercero: hablemos de hormonas, se los había prometido hace 5 minutos y es el punto más interesante.
En esta etapa de la vida estamos con la libido (calentura) pegándose contra las paredes de nuestra piel, nos resulta fácil que algo nos excite y nos gusta apreciar la belleza. Nos gusta fantasear con esa idea de belleza y nos complacería mucho más poder probar un poco de la misma, nos encantaría eso.
Acá es donde nos dejamos meter los productos publicitarios, donde se marca la verdadera línea de si algo tiene éxito o no. Donde ves si a tu fé te corresponde el vaticano o una tribu olvidada en alguna isla de Oceanía que no conoce nadie.
Compramos con los ojos el 70% de las cosas, el contenido tiene más fuerza si lo hace alguien que además de creativo, tenga la particularidad de ser lindo.
Vuelvo con el tema de las hormonas, además de que nos gusten y nos calienten las cosas lindas; nos queremos abrazar de la idea de que son posibles para nosotros y por eso necesitamos demostrar amor o reconocer los méritos de esa persona, con la ilusión de que algún día esa persona nos reconozca a nosotros. Te vas enamorando de quien te está vendiendo.

Cuarto: la línea alternativa. Quiero dejar bien en claro que si mi mente trabajase en modo fan, sería una viva descripción de esta categoría.
Muchos de nosotros nos consideramos diferentes, lo somos y se lo queremos demostrar a todo el mundo en cualquier aspecto de nuestra vida. Nuestros gustos obviamente no iban a estar tan alejados de eso. No nos gusta lo que a todo el mundo, si bien seguimos personas que son mundial/regionalmente conocidas buscamos a los que son más 'diferentes', para que nadie se olvide que nosotros también. Nos gusta mucho lo que no entendemos, porque algún día lo vamos a entender y compartimos a rajatabla lo que diga otra persona que medianamente parezca normal, pero claro, que sea diferente, bien diferente. Este tipo de fanatismo o categoría -ya no sé ni como es que estoy definiendo esto- es el que suele entregarle más poder y ser más influenciables por sus 'ídolos'.
Con frecuencia se suelen indignar cuando su dios se hace conocido, son los fans que estaban cuando recién arrancó esto y no soportan a los que están por moda, más o menos lo que me pasa con tøp.

Quinto: "Me gusta lo que le gusta a todo el mundo, porque está bueno, qué se yo".
Este es el tipo que más me gusta, es el que sigue a mil personas, todos son 'capos' y 'grosos', suele llegar a las cosas por casualidad o porque alguna persona que le gusta comparte eso y para tener algo que decirle consume lo que le gusta. Son los influenciables, los que llevan tu bandera incondicionalmente aunque no tengan ni puta idea quien sos. Son los mejores, porque son genéricos en serio. Son los que tienen la personalidad menos marcada, pero quienes más la intentan demostrar.
Con frecuencia son los que se terminan tatuando cosas re bizarras el nombre de sus ídolos, su programa o -cuando son más grandes- slogans políticos. Sí fuera un amigo tuyo, sería ese que es medio pelotudo pero buena gente.

Sexto: Te amo, te amo, te amo. 
Es el más fácil de explicar, les gusta tanto lo que siguen que necesitan hacerlo saber todo el tiempo y además viven con la esperanza de tener una interacción o un encuentro con su ídolo. Son las que se desesperan cuando determinada persona las sigue en Twitter. Porque al menos al hacer click en tu perfil, tu ídolo ya sabe que existís. Generalmente son personas con mucho amor para dar y poco lugar para depositarlo, suelen olvidarse de todo ese amor desmedido cuando en su vida superan ese bache y tantos 'te amo' solo sirvieron para desmerecer la palabra.

Séptimo: no existe la mala publicidad y por eso mismo no podemos olvidarnos de nuestro antihéroe, de nuestros satanistas. El hater.
Es ese que te odia con tanta convicción que ama el hecho de que existas, porque así puede tirarte mierda. Es generalmente el primer culpable del éxito. Son esos que te toman de meme, que se ríen de vos y no contigo. Porque creen que esa es una forma de faltarte el respeto, de mostrarle a los demás lo contracorrientes que son.
Sobre ésta categoría jamás profundicé mucho ni me puse a masticarla demasiado, me parece tóxico, solo son lo mismo que el "Te amo, te amo, te amo", pero a la inversa. Es el ateo que quiere que todos entiendan que dios no existe, que es todo inventado. Pero si la religión no existiese, su posición tampoco.

Y bueno, como me gusta el número 7 creo que podría dejarla por ahí. Pero ¿Van entendiendo lo que les quiero decir?
Nos fascina crear dioses, nos encanta idealizar personas. Por suerte ahora son humanos, pero ¿Por cuánto más?

Esto originalmente era un speaking preparado para postularlo en el SocialMedia Day de Uruguay o en las charlas TedX Montevideo. Pero bueno, perdí el archivo, también tiempo -se me pasó la fecha límite para ambas-. Pero lo que importa es que lo traté de reescribir como una entrada de blog, espero me haya salido bien y bueno, me quedaron muchas ideas más por expresar porque creo que merecen más atención de la que le pueda dar en este texto. Gracias por leerme, Martín.



Tuvo que pasar un año. Un año para darme cuenta; para aceptarlo; para dejar de escuchas sus notas de voz y dejar de leer lo que escribía para mí. Un año para dejar de preguntarme todas las noches qué había cambiado. Si esto era real. Un año para dejar de engañarme y aceptar que por fin estaba solo en este mundo. Finalmente, caminaba solo.

Seis meses más tarde, conocí a alguien. Una joven que, al parecer, le resultaba fascinante la manera en que agrupaba las letras y creaba poesía, versos, prosas... Eso la atrajo, pero yo no recuerdo el color de sus ojos ni la forma de sus labios. Ni siquiera levanté la mirada.

Un año después, volví a leer ese cuento de Ray Bradbury. Escuchaba las canciones que me hacían pensar en ella. Nunca dejé de escribir. Mis textos cambiaron; mi técnica, mi léxico... como si a Rimbaud nunca lo hubieran sodomizado. Leía una y otra vez, con cierto intervalo, ese texto que me había escrito. No tenía dónde más apoyarme. Ella quería que me cayera, una y otra vez, que se me cerraran todas las puertas y que siempre fuera a ese bar. Quería que siempre me levantara de nuevo, que abriera todas las ventanas en busca de nuevas oportunidades y que siempre fuera a ese bar con la excusa de contar algo. Quería que los tuviese bien puestos para hacer eso que tarde o temprano todos volvemos a hacer: confiar.

Cuatro años después de su partida, volví a hacerlo. Me abrí de nuevo y confié. Conocí a esa persona que había conocido repetidas veces en el pasado, con otros nombres, otros cuerpos y otras formas de ser. Conocí a mi salvadora. La persona que me ayudaría de ahora en más; que me confirió esa responsabilidad que siempre quise: ser padre. Sin embargo, no sabía de su existencia. De hecho, la nombré contadas veces, omitiendo la historia que había detrás junto a esos años en cautiverio. Atrapado. 

Poco a poco fui olvidando cómo lucía. Tenía que mirar fotos de ella en mi celular o la computadora. Entonces tenía momentos de lucidez. Recordaba la época en que se tomaron, su sonrisa, mejillas y muecas. Era como ese cuento de Ray Bradbury, donde el protagonista reencuentra a su examor en la playa muchos años más tarde, pero sabe que no es real. Creo que en ese tiempo yo tampoco me sentía real. 

Ocho años después, ya estaba casado. Me casé con mi salvadora, con quien tuve dos hijos. Dos preciosos hijos. Sin embargo, imaginaba que serían distintos. Loira debía tener melena castaña y mejillas rojas; Nicolás debía tener mis hoyuelos y su nariz. Por primera vez en mucho tiempo, me sentía feliz. Me sentía bien otra vez, mi consciencia estaba tranquila. Pero habían momentos, casi a diario, en los que algo me alejaba de esa felicidad y me recordaba que era solo una escena, pues la obra tenía otro matiz. 

De repente volvían a mi memoria los últimos días de clases. Yo tenía un amigo cercano llamado Jesús; muy simpático, reservado en ocasiones. Él sería el concepto perfecto de un rompecabezas. Junto a él, mis últimos meses de educación obligatoria fueron los más icónicos. Competíamos para saber quién era mejor escritor, creábamos guiones cinematográficos o a veces él dibujaba los conceptos de las ideas que yo tenía. Aún conservo ese dibujo que hizo en uno de mis cuadernos mientras le narraba una posible historia. Era un hombre subiendo unas escaleras, con los brazos en sus bolsillos, mientras que debajo de la escalera, su reflejo la subía hacia el lado opuesto. Como una doble realidad. Cuando observo esos viejos trazos, no puedo evitar pensar en Jesús como un vidente. Él predijo, de alguna forma, en lo que me convertiría: un hombre inexpresivo, que sube las escaleras ajeno a su éxito. Un hombre cuyas cicatrices nunca pudieron sanar. Y jamás lo harían. 



- El misántropo autor. 






Cada muerte es como si fuera una campana, un reloj despertador. Para que abras los ojos, te despiertes y te des cuenta de que los segundos están pasando, que la vida está pasando por vos. Y que en cualquier momento se te puede terminar, sin avisarte antes.
Así que abrí los ojos, ahora. Cada muerte es una lección, de que nada es eterno, de que todo tarde o temprano se termina; el ciclo que sea, la vida de quien sea.
Acordate de que por algo estás acá, por algo estás viendo muerte y destrucción todos los días, por algo ves injusticias, y te afectan, ¿no? Vos estás para cambiarlo, para dejar tu grano de arena en la playa que es el mundo, porque si lo vemos de otro lado, podría ser tan calmo y bonito como el mar.
Pero despertate, mirando y llorándole a la tristeza no vas a poder cambiar nada. Siguen muriendo a tu alrededor, sigue pasando y vos te dejás llevar con ellos.
No.
Luchala, peleale a la muerte, ganale la guerra. Vos sabés que para algo viniste al mundo, no dejes que todo se destruya, no decepciones a la vida no haciendo nada para cambiar tu hogar, el hogar de tus ancestros y de las generaciones que vendrán.
Movete, cada persona que cierre los ojos para nunca volver a abrirlos esté donde esté, es un segundo menos perdido.
Parecemos muchos, pero somos muy pocos.