El calor abrasador
del ambiente me despierta, y al abrir los ojos veo una habitación
enrojecida por el estampado de las cortinas que cubren las ventanas
de tu cuarto; el sol las golpea sin piedad y al pasar a regañadientes
la luz, se tiñe del rojo de la tela. El gran ventilador, de mi
altura, negro y silencioso, está apagado, sin explicación aparente;
y siento la necesidad inmediata de caminar hasta él para encenderlo.
Sin embargo, me encuentro con tu brazo reposando en mi cintura, y tu
mano, tus nudillos, tu muñeca, se encuentran colgando sin
preocupación alguna; me brinda tanta seguridad estar bajo tu piel, y
siento que estoy en el mejor lugar en el que podría estar; no quiero
moverme, no quiero que el mundo siga girando.
Puedo sentir tu
respiración en mi nuca, y sonrío, estamos en el mismísimo
infierno, sofocados por el calor, y ni eso nos detiene a estar más
juntos de lo humanamente posible, a reducir al mínimo la distancia
entre nuestros corazones.
Intento soñar con
algo, fantasear durante unos minutos, intento decorar el ahora con un
poquito de mañana utópico. Me esfuerzo, no comprendo, insisto, mi
cuerpo se resiste. Mis neuronas están demasiado ocupadas disfrutando
la belleza de tu presencia, como para clavarle un puñal asesino al
momento mágico que ocurre en este lugar del espacio-tiempo. Te
quiero.
Quito tu mano y me
pongo de pié, abro las ventanas y enciendo el ventilador. Tus ojos
se abren apenas, y confundido sonríes. Un abrazo, eterno y efímero.
Nuestros poros se unen y tu cuerpo y mi cuerpo sintonizan la misma
frecuencia. Hacemos del cuarto nuestro mundo, y desplegamos ahí la
libertad de nuestras bocas. Dejamos que nuestros seres corran libres
por el espacio, que me cuentes de tus miedos, que sepas sobre mis
fracasos. Que tus sueños y mis sueños charlen mano a mano, y
descubras quizás, que sos mi más grande anhelo.
Y me rascás el
cerebro, escarbás, ves donde nadie ve e interrogás donde nadie
cuestiona nada. Transformás con elegancia la tierra, firme, en una
cama de agua, inestable y movediza. Y las partículas de mi mundo
comienzan a moverse más libremente, y yo soy más yo, y vos sos más
vos. Y cuando nuestros ojos se miran tan intensamente que se rompe el
mundo y se crea un puente entre nuestras consciencias, ahí mismo,
sucede a veces, que nuestro suelo se rompe más, y ya no hay cama de
agua, y ya no hay tierra; hay aire, mucho aire, y flotamos con
parsimonia, y ahí si, en ese momento, nuestras partículas – vos y
yo – somos al fin, libres.